viernes, 24 de julio de 2009

CON SABOR A "PESTIÑOS"



Por los caminos de mi memoria: ..."a mi abuela Mary"

Comenzaba el año 1971 y daba mi primer paso hacia la escuela primaria, ésa que quedaba tan cerca de casa, que me permitiría la gran libertad de ir y venir sola en aquella loca aventura de una cuadra y media hasta los brazos de mi abuela. No siempre me esperaba en la puerta, al regreso, y por supuesto tuve que aprender las inclemencias de la calle que te golpea sin pedir permiso. Así llegué esa tarde hasta el umbral y vi sus ocho patas peludas con su cuerpo más peludo aún, interponiéndose en mi camino...
Cómo sortearla?
Tenía miedo de matarla, de saltarla, de patearla, ... de mirarla!!
Por suerte, en aquellos años existía “el vigilante de la esquina” y también mi inocencia absolutamente inquebrantada, así que recurrí a él para que me socorriera.
Muerta la araña y salvada la criatura, pude entrar victoriosa a mi casa y llegar justo para ayudar con los pestiños. Para amasarlos y comerlos.

PESTIÑOS ANDALUCES
(de mi abuela)
1 vaso de aceite
1 cuchara de anís en semillas
1/2 vaso de vino dulce
500gr de harina 000
Almíbar con una cuchara de miel.

Calentar un poco el aceite y agregar el anís, cuando esté apenas tibio agregar el vino y luego la harina de a poco, formar un bollo, amasando y cortar pequeños bollos que se estirarán y doblarán como un nudo. Freir en aceite caliente y pasar por almíbar.

Cuando algunos ciudadanos de un país, habitantes de un pueblo o compañeros de una comarca no recuerdan todo lo que les ha ocurrido mientras crecían y se hacían adultos, es muchas veces, porque no supieron ver o escuchar. No todos los ciudadanos, habitantes y compañeros de una misma tierra, viven las mismas cosas, pero es menester saber si come mi vecino.
Ese mismo año, soplaron vientos de cambio, y la familia completa se mudó del tranquilo pueblo de Bella Vista, en la provincia de Buenos Aires, al capitalino barrio de Devoto.
Por supuesto hubo cambio de escuela y ya no estaba “el vigilante de la esquina”. Vivíamos en un departamento pequeño, pero lo más importante de todo es que mi abuela también se había mudado y vivía algunos pisos arriba nuestro. Ya no podía volver caminando en mi loca aventura de pequeña libertad, así que un ómnibus escolar nos traía y nos llevaba a mi hermano y a mí, de casa a la escuela y de la escuela a casa. La merienda, por suerte, seguía siendo en casa de mi abuela; ya no hacía pestiños tan seguido, pero algunas tardes me encontraba a mi tío abuelo Paco o a mi tío Julio y con ellos vivía las historias más increíbles que puedan imaginarse desde Cabo Verde hasta el Mar del Norte. Los dos tenían cuentos maravillosos de sus viajes, de España, y sobre todo, mi tío Julio, de sus exquisitos platos, y del amor por la cocina.
Con él y con mi abuela, aprendí los primeros pasos de cocina.
Aprendí sobre magia y también sobre cuentos.
Con la magia empecé a cocinar y con los cuentos a escribir...

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