viernes, 6 de junio de 2008

Por los caminos de la memoria.


Comenzaba el año 1971 y daba mi primer paso hacia la escuela primaria, ésa que quedaba tan cerca de casa, que me permitiría la gran libertad de ir y venir sola en aquella loca aventura de una cuadra y media hasta los brazos de mi abuela.

No siempre me esperaba en la puerta al regreso, y por supuesto tuve que aprender de las dificultades de la libertad...

Así llegué esa tarde hasta el umbral y vi sus ocho patas peludas con su cuerpo más peludo aún, interponiéndose en mi camino...

Cómo entrar a mi casa?

Tenía miedo de matarla, de saltarla, de patearla..., de mirarla!!

Por suerte, en aquellos años existía "el vigilante de la esquina" y también mi inocencia absolutamente inquebrantada, así que recurrí a él para que me socorriera. Muerta la araña y salvada la criatura, pude entrar victoriosa a mi casa y llegar justo para ayudar con los pestiños.

Para amasarlos y comerlos!!!


Ese mismo año, soplaron vientos de cambio, y la familia completa se mudó del tranquilo pueblo de Bella Vista, en la provincia de Buenos Aires, al capitalino barrio de Devoto.

Por supuesto hubo cambio de escuela y ya no estaba "el vigilante de la esquina". Vivíamos en un departamento pequeño, pero lo más importante de todo es que mi abuela también se había mudado y vivía algunos pisos arriba nuestro.

La merienda, por suerte, seguía siendo en su casa; ya no hacía pestiños tan seguido, pero algunas tardes me encontraba a mi tío abuelo Paco o a mi tío Julio y con ellos vivía las historias más increíbles que puedan imaginarse desde Cabo Verde hasta el Mar del Norte.
Los dos tenían cuentos maravillosos de sus viajes, de España, y sobre todo, mi tío Julio, de sus exquisitos platos y su amor por la cocina.

Con él y con mi abuela, aprendí los primeros pasos de la mágica tarea de alimentar humanos.

Aprendí magia y cuentos...

Con la magia empecé a cocinar y con los cuentos a volar.


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